Nuestras voces tienen el poder de la denuncia, del recuerdo, de la creación... La juventud no nos excede: nos estimula. Somos como una brújula que oscila por la realidad dejando huellas (que no son poco), plasmándolas en papel, llorando letras...La tinta es nuestra aliada;

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Tenemos mil cosas más para torturarnos↓

jueves, 29 de julio de 2010

Sobre enamorarse

"Yo" "me" "enamoro" "fácil". Busco deliberadamente la sensación de vértigo que oprime mi estómago y nubla mi vista una y otra vez, como si estuviera en un parque de diversiones y me subiera a la montaña rusa más feroz repetidamente, formando una fila individual en tantas ocasiones que ciertamente hastía. Algunas leves, otras dulces, la mayoría entretenidas. Imponentes, cálidas, olvidables. Correspondidas o no, obsesivas, puramente físicas. Fluorescentes, mágicas, demandantes. Conozco cada textura, cada hueco, cada imperfección que las caracteriza. Porque si algo tienen en común todas estas especies, es que son fugaces. Duran fracciones de segundo cuando suspiro por un par de ojos profundos, días cuando escucho un disco nuevo que me flechó desconsideradamente, un cuatrimestre cuando curso una materia tan interesante como útil, años cuando una ocupación desconocida llega a mis manos y me deja fluir desbordadamente con ella. Me enamoro de las personas que se me cruzan y se olvidan de mí, de los objetos que nos rodean, de la abstracción de las ciencias cuando no están aplicadas, de las letras que mis dedos desprolijos manchan en papeles vírgenes, de las sensaciones evocadas que hace tiempo dejaron un gusto amargo y marcas todavía presentes, de mi pelo en los días secos y soleados, del agua cristalina que combate y sofoca el calor, de la música que perfora mi corazón y mis oídos con suavidad de caricia, de las lágrimas sanadoras y saladas, de los recuerdos atesorados en quién sabe qué recóndito lugar de mi memoria aleatoria. Cada uno de ellos tiene propiedades que nunca podría confundir, ni mezclar, ni olvidar. Los respeto como los proveedores de mini felicidad que son. Los identifico como míos, como vecinos, como potencialmente familiares.
Pero si hay algo que conozco es el aroma que ahora inunda mis pulmones, que condiciona mi respiración y adormece mis neuronas. Esa brisa de aire perfumado a hogar, natural como sólo el amor puede ser. Y cuando lo siento venir, cuando revuelve las ramas y empuja a las nubes, cuando me fuerza a buscar abrigo en brazos hechos para mí que todavía no se cansaron de esperar, sé que nada malo podría suceder. Confío ciegamente, porque no hay nada para observar, nada para ver. Sigo la corriente que guía sin obstáculos ni paradas hasta tu boca, el destino más ansiado y conocido en sueños viejos como la misma capacidad de soñar. Y ahí es cuando percibo la maravilla de la estabilidad, de la duración justa, del verdadero enamoramiento. Del que no me deja sorprenderme de nada que no tenga la musicalidad de tu voz, la suavidad de tu piel y el encanto magnético de tu perfume.

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